martes, 4 de marzo de 2014

Un soldadito de plomo

Yo con mi coraza y llegas tú con esa sonrisa…

 Y así empiezan muchas historias. Un día cualquiera, sin que lo esperes, llega alguien que no sólo te mira, sino que sonríe mientras que lo hace. Y ese detalle es el que importa.

 Siempre he creído en la importancia de las pequeñas cosas, de los detalles que marcan la diferencia. Lo bonito de que alguien aparezca en tu puerta sin avisar, de que te deje su abrigo cuando estás muerta de frío aunque él solo lleve una camisa y se congele, o que te digan lo mucho que le gusta todo lo que le hace sentir tu olor.

 Adoro esas pequeñas cosas que muchas veces pasan desapercibidas, y que son las que realmente hacen que seamos como somos con esa persona. No necesito a alguien pendiente de mí las 24 horas del día, pero sí a alguien que se acuerde de mi a diario no por obligación, sino por sentimiento. Alguien con quien media hora hablando en un  coche merezca un mes de espera, esa persona que cambia sus planes por pasar tiempo contigo. Aquel que te cuenta su cuento favorito si ve que no puedes dormir, o que te abraza sin razón.

 Alguien que te desarme por completo y que acabe con todas tus promesas de no volver a ilusionarte. Y es que no hay nada más bonito que encontrar tu refugio en él. Que te haga sentir protegida cuando te esconde entre sus brazos o que le quite toda la soledad a tu sonrisa.
Pero que lo haga siempre. Alguien que no desaparezca, que no cree falsas esperanzas y sobre todo alguien que quiera quedarse de verdad, durante alguna que otra eternidad.

 Y que sea como el soldadito de plomo de ese cuento que me contaste aquella noche…