Anoche volvió a pasar, volví a
cerrar los ojos llenando la almohada de lágrimas pensando en ti. Empiezo a
creer que estoy perdiendo el poco juicio que me han dejado tantas cicatrices.
Llevo más cosas por dentro de las que nadie se imagina, y al perderte, me he
dado cuenta de lo vacía que me siento. Y me siento vacía porque alguna vez tú
llenaste cada uno de los huecos que había en mi vida. Y es que me bastó un mes,
sólo un mes, para que todo lo demás dejara de importarme. Me quedé tan ciega
cuando apareciste que ahora no soy capaz de ver más allá de algo que no tenga
que ver contigo. Elegí tus ojos como ese lugar en el que perderme cada vez que
te tenía delante, tu olor como ese que quería llevarme a casa después de una
tarde contigo y tus abrazos como la única salida a cualquier día malo.
Por que cuando tú estabas no
necesitaba calma después de la tempestad, porque ésta ni existía. Cuando tú
estabas, la vida era vida, y era increíblemente preciosa. Ni yo misma entiendo
muy bien cómo en tan poco tiempo has podido dejar tanta huella en mí, cómo
puedes dolerme tanto si ni siquiera nos dio tiempo a suceder. No hay día que no
quiera escribirte, que no piense en volver a intentarlo o que no pida tener la
oportunidad de empezar de cero. Y es que cuando me preguntan qué me pasa, sólo
recuerdo tu nombre.
Todas las noches sueño que
vuelves, que continuamos con la ilusión de esos planes que algún día hicimos y
que cuando me levante podré darte los buenos días como siempre y me dedicaré a
hacerte sonreír en la distancia. Me estoy obligando a olvidarte, y no hay peor
forma de recordar para siempre. A veces, me imagino conversaciones que nunca
ocurrieron y te veo mirándome cómo solías hacerlo y te juro que en esos momentos
vuelvo a ser yo.
Estaría toda mi vida buscando tu
sonrisa aunque tu aún no te hayas dado cuenta de lo mucho que esto merecía la
pena.
Cómo te echo de menos…