jueves, 29 de enero de 2015

Como una mariposa de Vietnam

Dicen que en Vietnam hay una especie de mariposas que solo viven 24h. Tienen un día, solo un día para nacer, crecer y encontrar otra mariposa con la que compartir esas horas. Es decir, tienen 24h para crear los miles de momentos que creamos nosotros durante años.

Hay historias que desgraciadamente también funcionan así. Historias que nacen limitadas en el tiempo, por estar prohibidas o por ser imposibles desde el principio. Son de esa clase de historias que dejan huella para siempre, que te llevan al borde de la locura y que te hacen dudar si el resto de personas que puedan aparecer serán capaces de hacerte sentir igual.

¿Conoces esa sensación de querer tanto a alguien que cuando estás cerca sientes que te falta el aire? Sentir que cada minuto que tienes es un regalo, un tesoro que tienes que cuidar y aprovechar al máximo, porque nunca sabes cuando se acabará la vida de esa mariposa de Vietnam. 
Y le miras, y te quedas sin palabras porque el simple hecho de sentirle cerca te parece lo más maravilloso del mundo. Es ese tipo de amor que se basa en la admiración, en absorver las pequeñas cosas de los momentos que parecen insignificantes. Me refiero a momentos como cuando se pone una camisa que sabe que te gusta, o cuando se acuerda de que te encanta que huela a colonia y después de haber salido vuelve a casa porque se le olvidó echarsela, o el hecho de ir con él y que te diga lo mucho que le encanta que le vean contigo y presumir de la mujer que tiene al lado, aunque nadie llegue a saber nunca que es un amor no correspondido, un amor imposible, o que ni siquiera es amor. Pero qué bonito parece desde fuera, tan bonito que te lo llegas a creer, aún sabiendo que vuestras 24 horas estaban agotadas desde el principio.

Una vez escuché en una película que las princesas son tan sensibles que cuando están lejos de su reino pierden el equilibrio, e incluso se ponen tan tristes que se ponen enfermas. Esto también es algo así. Cuando estás en su reino eres incapaz de acordarte de algo más, nada más importa, nada más existe. Sólo piensas en exprimir cada sonrisa que te regala, cada palabra que te estremece y cada instante que sabes que es sólo vuestro. Cuando todo eso se acaba, pierdes el equilibrio, y te das de golpe con la realidad, como si te estamparas contra un muro, a pesar de que lo veías desde lejos.

Y quererle es algo así, una especie de obsesión que te ciega, un no quererse a uno mismo, un si me dices ven lo dejo todo aunque por el camino me vaya perdiendo. Perder el equilibrio, para siempre. Pero querer vivir desequilibrada eternamente si eso significa ser la princesa de su reino.